Acción Educativa en Diabetes, Obesidad y Sobrepeso, A.C.


    ¿POR QUÉ LOS ADOLESCENTES DE HOY EN DÍA EXPERIMENTAN UNA SOBRECARGA DE ANSIEDAD?

    TE DAMOS 10 RAZONES…

     
    Platón, el filósofo griego de la antigua Atenas, solía decir que ninguna cosa humana merece gran ansiedad; sin embargo, en fechas recientes, tanto el estrés como la ansiedad, se han convertido en fenómenos que impactan de forma significativa el funcionamiento del hombre moderno, a tal grado, que incluso son reconocidas como las principales enfermedades del siglo XXI.

    Si bien afectan a un porcentaje importante de la población general a nivel mundial, existe un grupo particularmente vulnerable: los adolescentes.

    Cierto es que la adolescencia siempre ha sido estigmatizada como una etapa complicada (para quienes la viven, sus padres, profesores y casi cada persona con la que interactúan). Es un período de transición de la infancia a la adultez, en el que surgen cambios en todas las áreas de desarrollo: física, emocional, cognitiva, social, fisiológica, etc. Y si ya de forma inherente dichos cambios traen implícito un duelo en el que las emociones parecen estar en una batalla constante, actualmente sucede algo más…

    Algunos jóvenes se han vuelto perfeccionistas desmesurados; muchos otros se preocupan titánicamente por aquello que puedan pensar sus amigos y pares, que son incapaces de funcionar equilibradamente; hay otros tantos que realmente han atravesado circunstancias difíciles a lo largo de sus cortas vidas; y unos más que cuentan con familias estables, padres comprensivos e infinidad de recursos y, no obstante, también son atormentados por la ansiedad.

    Entonces, ¿qué es lo que está sucediendo?

    Muy probablemente esta condición es un claro reflejo de los cambios sociales y culturales que se han suscitado en las últimas décadas. A continuación, las 10 principales razones que originan, desde edades tempranas, que la adolescencia derive en una etapa de álgida ansiedad.

     
    1. Los dispositivos electrónicos ofrecen una vía de escape poco saludable.
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    El uso y acceso constante a aparatos electrónicos, representa un medio para que niños y adolescentes evadan emociones incómodas, tales como aburrimiento, enojo, soledad o tristeza, permitiéndoles sumergirse en juegos y otras dinámicas distractoras, cuando se encuentran en una comida familiar, atascados en el tráfico, o solos en sus habitaciones.
     
    Ahora es posible ver lo que ocurre cuando una generación entera transcurre su infancia evitando la incomodidad y el desagrado: los dispositivos electrónicos sustituyen aquellas oportunidades para desarrollar fortaleza mental, privándose de adquirir las habilidades de afrontamiento necesarias para manejar retos y dificultades cotidianas.
     
    1. La felicidad está en boga.
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    En nuestra sociedad, se enfatiza y sobrevalora tanto la felicidad, que los padres llegan a convencerse de que su labor es garantizar que sus hijos sean felices las 24 horas de cada uno de los días de la semana. Cuando están tristes, se esfuerzan por animarlos; si se enojan, hacen todo por calmarlos; si sienten miedo, los sobreprotegen.

    Así, los chicos crecen creyendo que si en momentos no están felices, algo debe estar mal. Eso genera una confusión interna… No logran comprender que es normal e incluso saludable, experimentar tristeza, temor, irritabilidad, frustración, culpa, decepción. La transitoriedad en las emociones contribuye a la estabilidad y salud mental.

     
    1. Los padres elogian de forma poco realista.
    Hay quienes acostumbran emitir comentarios como: “eres el más inteligente de tu grupo”, “nadie es tan bonita como tú”, “eres el más rápido del equipo”, entre otros, creyendo que de esta manera fomentan una buena autoestima en sus hijos. La verdad sucede lo opuesto: colocan mucha presión sobre los niños y adolescentes para alcanzar esos niveles, lo cual conduce a vivir con un miedo terrible al rechazo y a cometer errores.
     
    1. Los padres están quedando atrapados en la competencia.
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    Muchos padres de familia actúan como si fueran los asistentes personales de sus hijos. Desde el hecho de contratar profesores particulares, entrenadores o pagar cursos costosos, hasta realizar las tareas y proyectos de los chicos y conseguir las respuestas de los exámenes; hacen cualquier cosa por asegurar que sus hijos impresionen, mandando el mensaje erróneo de que deben sobresalir en todo para alcanzar un lugar codiciado.
     
    1. Los chicos no están aprendiendo habilidades emocionales.
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    Se suele otorgar un gran énfasis a la preparación académica y poca relevancia a enseñar a los niños y adolescentes las habilidades emocionales que requieren para ser exitosos.
     
    Tener destreza y conocimiento para organizar nuestro tiempo, saber cómo combatir el estrés, reconocer y expresar de forma saludable nuestros sentimientos y emociones, son componentes clave para tener una buena calidad de vida. Sin habilidades de afrontamiento, no es de sorprender que los chicos no sepan cómo lidiar con las molestias e inconvenientes del día a día.
     
    1. Los padres se conciben más como protectores que como guías.
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    En algún punto de la historia, los padres comenzaron a creer que su misión es ayudar a sus hijos a crecer con la menor cantidad de problemas y heridas posible. Se han vuelto tan sobreprotectores que los chicos no ponen en práctica los recursos con que cuentan para resolver conflictos o situaciones adversas; consecuentemente, crecen con la idea de que son muy frágiles para hacer frente a la realidad.
     
    1. Los adultos no saben cómo ayudar a que sus hijos enfrenten sus miedos adecuadamente.
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    En un extremo, se encuentran los padres que presionan demasiado a sus hijos, forzándolos a llevar a cabo actividades que los aterran; en el otro, están aquellos que no presionan en lo absoluto y permiten que los chicos huyan de todo lo que pueda parecer generador de ansiedad.
     
    La exposición a un estímulo es la mejor forma de afrontar los temores, pero cuando ésta se realiza gradualmente; es decir, poco a poco. Sin práctica, guía y un “empujoncito”, los niños nunca obtendrán la confianza y autonomía para afrontar y sobreponerse a las dificultades de la vida.
     
    1. Los padres están criando desde la culpa y el miedo.
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    La crianza trae consigo emociones incómodas, pero en lugar de permitirse vivirlas, muchos padres eligen modificar sus hábitos de crianza, de tal forma que no dejan que sus hijos queden fuera de su vista, ya que eso eleva enormemente sus niveles de ansiedad; o se sienten tan culpables de decir que no y asignar consecuencias a los chicos, que terminan retractándose y cediendo ante las demandas. Así, la enseñanza que transmiten es que las emociones incómodas son intolerables.
     
    1. Los chicos ya no tienen tiempo suficiente para jugar.
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    Si, los deportes organizados y las actividades extraescolares desempeñan un rol esencial en la vida de los niños, al igual que el juego no estructurado, pues favorece el aprendizaje de habilidades sumamente trascendentales, por ejemplo, cómo manejar los desacuerdos sin la intervención de un adulto. Igualmente, el juego solitario resulta útil para que los niños aprendan a convivir con ellos mismos y sus propios pensamientos; es una oportunidad para poner a trabajar la creatividad.
     
    1. Las jerarquías familiares están fuera de control.
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    A pesar de que los adolescentes acostumbran dar la impresión de que les gustaría tomar el mando, en el fondo saben que aún no tienen la capacidad de tomar buenas decisiones. Quieren que sus padres sean los líderes, y cuando esta jerarquía es confusa o se invierte, su ansiedad se dispara.
     
    En resumen, hemos creado un ambiente que fomenta la ansiedad en los jóvenes, en lugar de la resiliencia, habilidad social que nos permite superar adversidades y resultar fortalecidos de ellas. Y si bien no es viable erradicar todos los trastornos de ansiedad (ya que muchos poseen un componente genético), si hay mucho que, como adultos, podemos hacer para ayudar a los chicos a desarrollar las destrezas y habilidades que necesitan para crecer de forma saludable: física y mentalmente.