Acción Educativa en Diabetes, Obesidad y Sobrepeso, A.C.

    ¿Existen rasgos psicológicos característicos en la Obesidad?


    La preocupación por engordar puede conllevar riesgos de trastornos de la conducta alimentaria en ambos sexos, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes del medio urbano, aunque también ocurre en el medio rural. La gente ve la grasa corporal como “no saludable”, “fea” o “desagradable” e irónicamente estos prejuicios los comparten tanto personas obesas como no obesas. La obesidad es un estigma visible y a mayor tamaño corporal es mayor la estigmatización que sufre el individuo, bien sea de manera objetiva como cuando no cabe en un asiento o subjetiva como cuando otros tienen pocas expectativas en él.
     
    La obesidad es estigmatizada dando una percepción indeseable de la apariencia y de falta de voluntad. La gente obesa tiende a ser discriminada y excluida socialmente, a ser explotada por la industria alimenticia, a tener dificultad en conseguir ropa, es menos propensa al matrimonio, a completar su formación escolar, menos aceptada en algunos colegios o de ser admitida en algunas profesiones muy competidas y mayor propensión al ridículo público. Los médicos se interesan menos en manejar al sujeto con obesidad porque creen que los pacientes son faltos de voluntad y menos susceptibles de beneficiarse con su asesoría (Myers, A. y Rosen, J., 1999).
     
    Tanto la obesidad como el sobrepeso se asocian con bajos niveles de bienestar emocional y físico, particularmente entre quienes se agregan otros padecimientos crónicos (Doll, H., et al, 2000).
     
    Los problemas psicológicos de la obesidad, predominan en mujeres, siendo más graves en aquellas crónicamente enfermas, por ejemplo, de cáncer, artritis, lesión espinal, etc.
     
    Algunas líneas de investigación apuntan que la depresión y la sintomatología depresiva son precursoras de cambios en el peso corporal, a ganancia en algunos y a pérdidas en otros, siendo mediados por el sistema serotoninérgico (Barefoot, J. et al, 1998).
     
    Recordemos que el hipotálamo actúa manteniendo la homeostasis nutricional del organismo, activando o suprimiendo la ingesta de alimento a través de una compleja red de neurotransmisores que involucra tres importantes sistemas de mediadores químicos cerebrales, el serotoninérgico, noradrenérgico y dopaminérgico. El sistema serotoninérgico es responsable de la sensación de saciedad, por lo que su estimulación produce una menor ingesta de alimentos. Su mediador llamado serotonina es un transmisor cuyo déficit ha sido implicado en diversos cuadros clínicos psiquiátricos, todos ellos relacionados con un mal control de impulsos incluyendo trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad y depresión. Por lo tanto, niveles adecuados de serotonina se asocian a condiciones de bienestar atribuyéndosele al sistema serotoninérgico el sinónimo de sistema del placer.
     
    La cantidad de serotonina en el cerebro depende de la cantidad de triptófano presente, de su transporte al sistema nervioso central, en parte influido por los aminoácidos de cadena larga neutra, que usan el mismo mecanismo de transporte competitivo a través de la barrera hemato-encefálica. Por ello, ante una gran ingesta de hidratos de carbono, aumentan de forma paralela los niveles de aminoácidos libres, por lo que no se produce dicho mecanismo competitivo, aumentando el paso del triptófano al cerebro y, aumentando secundariamente las concentraciones de serotonina produciéndose la saciedad. Existen otros factores que pueden hacer variar las concentraciones cerebrales de serotonina. El triptófano circula unido a la albúmina sérica, unión que también es competitiva, esta vez con los ácidos grasos no esterificados. Únicamente el triptófano libre es el que puede atravesar la barrera hematoencefálica y, por tanto, aumentos de ácidos grasos en el suero estarán aparejados a aumentos de triptófano libre, de la síntesis de serotonina y sensación de saciedad (Lechuga, J., et al, 2000).
     
    A pesar de lo anterior, hoy en día no se ha definido una condición psicopatológica específica vinculada con la obesidad ni de una personalidad característica de los sujetos que la padecen. Sin embargo, pueden evidenciar una amplia gama de trastornos psicológicos distintivos respecto de los sujetos no obesos según la dominancia de factores constitucionales, biológicos o psicogénicos. De dominar estos últimos, se condicionan fallas parciales en el “yo” pero nunca en la totalidad de la personalidad en sentido estricto. Se ha enfatizado en cierta dificultad para identificar sus propias sensaciones, por ejemplo para diferenciar hambre y saciedad, probablemente como consecuencia de: a). Incapacidades empáticas maternas o como repetición de un trauma específico temprano; a manera de ilustrar, por haber sido alimentado cuando sus madres estaban en un estado de tensión, independientemente de si el bebé tenía hambre o no y/o b). Por rasgos adictivos en la personalidad, caracterizados por personas que no tiene límites en la ingesta y el alimento actúa como un objeto droga; suele estar asociado a alteraciones en la interrelación familiar; la mirada y aceptación de otros miembros de la familia cuando come el sujeto actúan como elemento de presión en el comportamiento social y en el desempeño del sujeto. Mantener esta conducta en etapas posteriores implicaría una negación de los efectos agresivos, minimizándolos, justificándolos y autoengañándose.
     
    Una tercera parte de los casos de obesidad no son vinculados con trastorno psicológico alguno y, las dos terceras partes restantes pueden manifestarlos como:
     
    - Imagen corporal distorsionada. Corresponde al esquema de sentimientos que vienen aparejados al tamaño, contornos, forma y apariencia del cuerpo o alguna de sus partes. En el sujeto obeso, la alteración puede implicar la subestima de sus dimensiones, dificultades en la discriminación y nominación, preocupación estresante, timidez y vergüenza, incomodidad, excesiva importancia y auto-valoración negativa.
     
    - Atracón o descontrol alimentario. Se refiere a la ingesta de grandes cantidades de comida, generalmente en periodos menores de dos horas, quedando en condición incómoda de llenura. Es más frecuente en mujeres y más común entre sujetos obesos bajo tratamiento que en aquellos sin él.
     
    - Ansiedad. Conjunto de reacciones físicas y psicológicas que ocurren ante la presencia de un peligro, pero en este caso, lejos de ayudar puede alcanzar niveles excesivamente elevados. El masticar puede representar una actitud agresiva (desgarrar y triturar) y puede convertirse en un recurso anti-ansiedad. La causa puede ser el miedo a ser abandonado, a un control inadecuado de impulsos agresivos o sexuales, miedo a perder la estabilidad laboral y económica, a no alcanzar metas o ante la probabilidad de repetir eventos traumáticos.
     
    - Manifestaciones depresivas: quienes la sufren son incapaces de atender, percibir y procesar los estímulos y situaciones gratificantes, parecen concentrarse únicamente en lo negativo. Los auto-reproches, estima baja y la excesiva preocupación por el estado de salud son síntomas poco reconocidos de agresividad hacia los demás que se vuelven hacia uno mismo. El comer en exceso puede dar la falsa impresión de contribuir a cerrarle el paso a la depresión.
     
    - Trastornos de la sexualidad: básicamente se refieren a la insatisfacción sexual que se paga comiendo y, al miedo a relacionarse afectiva, íntima o sexualmente, lo cual se vuelve menos probable engordando.
     
    - Otras posibilidades son la aparición de la obesidad de manera secundaria a la pérdida de un ser querido o simplemente querer estar obeso como forma de agredir al compañero (a).
     
    La desvalorización cotidiana del sujeto con obesidad puede además ser consecuencia de seguir dietas hipocalóricas estrictas que incrementan su depresión y ansiedad, su nerviosismo, debilidad e irritabilidad; tanto como de los ciclos de pérdida – recuperación del peso (efecto yo-yo o de reciclaje del peso) haciéndoles sentir culpables, avergonzados, inadecuados y criticados por familiares, compañeros de trabajo y aún por los mismos profesionales de la salud, debido a su fracaso (Silvestri, E., 2005).

    Cualquier duda o comentario favor de dirigirlo a Lic.Psic. E.D. Sarah A. Ortiz Rosales a aedos_nut3@hotmail.com